EDUCACIÓN CONTINUA, UN IMPERATE EN LA VIDA DEL CRISTIANO
En el mundo laboral se busca que las personas puedan irse perfeccionando y especializando cada cierto tiempo, con el fin de poder actualizar los conocimientos en el área que se desempeñan, aprender nuevas técnicas o poder especializarse aún más en su experticia, fenómeno conocido socialmente como “educación continua”; la que día a día se vuelve una necesidad más imperante de desarrollar.
Si hacemos un símil del mundo laboral con nuestra dimensión cristiana, para nadie es desconocido que debería ser una constante en nuestra vida el estudiar la Biblia, aprender de ella y, sobre todo, hacer tangible para los otros lo que esa riqueza bíblica puede portar a nuestra vida, teniendo la certeza que debemos ir creciendo en el conocimiento de lo que habla esta, para entender con mayor profundidad lo que Dios quiere de nosotros, tal como lo hizo el Señor Jesús a lo largo de su vida (cfr. Lc. 2:39-52). No obstante, muchas veces, como cristianos, nos quedamos con el mínimo, no teniendo el habito y/o el deseo de profundizar en el aprendizaje de lo que Dios tiene para nosotros en su palabra. Es en este sentido que queremos reflexionar en torno a la siguiente pregunta: ¿es necesario que desarrollemos una “educación continua” en nuestra vida cristiana?
Al introducirnos en la Biblia, encontramos relatos y versículos que nos hablan de la importancia de estudiar las Escrituras para la vida del cristiano. Como primer ejemplo que tenemos en el Antiguo Testamento podemos mencionar el relato del rey Josías, cuando encuentra los rollos del templo y se percata que él y su reino no estaban haciendo las cosas que agradaban a Dios, a pesar de que en su corazón estaba el deseo de hacerlo y él creía que lo estaba haciendo. (cfr. 2 Cr. 34:14-28 RRV-60). Esta lectura bíblica nos demuestra tangiblemente que no basta con oír lo que otros nos pueden enseñar sobre la palabra, sino que debemos asumir un compromiso, darnos el tiempo de estudiar y descubrir por nosotros mismos lo que Dios quiere mostrarnos. El rey Josías siempre pensó que estaba bien. Sin embargo, al pedir se le leyeran los rollos fue confrontado y él sintió un profundo arrepentimiento, pidiendo perdón a Dios.
Otro antecedente lo encontramos en los relatos bíblicos que abordan las problemáticas que enfrentaron los profetas en el siglo VIII antes de Cristo. Cabe mencionar entre ellas, el culto a los dioses extranjeros. En este sentido, el autor José Luis Sicre (2000) expone: “los israelitas al asentarse en Palestina y dedicarse a la agricultura, no pensaban que Yahvé pudiese ayudarles en este tipo de actividad. Lo conciben como un Dios guerrero y volcánico capaz de derrotar al faraón y lanzar truenos desde el Sinaí, pero no tiene idea de la agricultura. Por eso se encomiendan a Baal, dios cananeo de la fecundidad, de las lluvias y de las buenas estaciones” (Sicre 2000, 222 - 223). Al respecto, podemos ver cómo el desconocimiento llevó a pecar al pueblo de Israel, abriendo su corazón al servicio y veneración de otros dioses, situación que se reafirma con la narración que se encuentra en el libro del profeta Oseas, específicamente en la cita “mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”. (Os. 4:6 RRV-60)
Otro ejemplo bíblico que nos demuestra la trascendencia que tiene una educación continua de la palabra de Dios, es lo que le ocurre al pueblo de Israel a su regreso del exilio babilónico, donde Esdras, un líder y escriba del pueblo, al percatarse que habían olvidado las enseñanzas de la Ley, asumió el papel de “profesor del pueblo”, puesto que las personas no sabían en qué aferrarse, tras el influjo cultural recibido durante el exilio. (cfr. Esd. 7:1 -10 RRV-60). Es así como pueden verse las dificultades que se generan al no existir una búsqueda personal de Dios; vale decir, la pérdida de identidad de todo un pueblo, dadas las influencias que se pueden recibir de otras fuentes y/o culturas, por ejemplo.
En cuarto lugar, nos encontramos con el ejemplo del Nuevo Testamento, donde el apóstol Pablo, al ver el comportamiento que estaba teniendo la iglesia de Corinto, les habla de tener que darles leche, aludiendo a enseñarles con palabras sencillas para que aprendiesen, pero que, lamentablemente, aun no pueden aprender cosas más profundas. (cfr. 1 Co. 3:2 RRV-60). En esta metáfora vemos un claro ejemplo de las consecuencias que puede traer el no profundizar en nuestro estudio de la palabra, existiendo un sinnúmero de enseñanzas y misterios que Dios quiere revelarnos. Sin embargo, al no tener los hábitos personales del estudio de la Biblia, nos quedamos con una pequeña parte de la profundidad del mensaje y la enseñanza que podríamos alcanzar.
Finalmente, es importante tener siempre presente, tal como lo declara el pastor John Stott en su libro “Los problemas (los desafíos) del líder cristiano” que, “la mayor parte de las malas interpretaciones se deben a un conocimiento parcial de las Escrituras. El más seguro de los principios hermenéuticos (interpretativos) es el conocimiento global de las Escrituras. Después, aprendemos a interpretar cada texto a luz de su contexto, y la parte a la luz del todo” (Stott, Cap. 2, El problema del estancamiento, 1995, 27). Esto nos invita a reflexionar en que, lamentablemente, las malas interpretaciones del texto sagrado han sido prácticas arraigadas en la tradición evangélica y con este tipo de interpretaciones han surgido muchas de los errores que se comenten dentro de nuestras iglesias, suceso que debería invitarnos a pasar más tiempo al alero de la Escritura para evitar cometer injusticias, errar y alejarnos de lo que Dios quiere de nosotros.
En este sentido, Stott también menciona: “El propósito de la lectura bíblica es escuchar la voz viviente de Dios y para lo cual necesitamos llegar a ella con una expectativa viviente”. (Stott, Cap. 2, El problema del estancamiento, 1995, 29). Esto lo podríamos interpretar como que un correcto manejo de las Escrituras, a través un buen análisis del texto, nos permitirá traer hoy a nuestra vida, la Biblia hecha experiencia. Es decir, hacer la palabra acción, entendiendo que Dios mismo es quien nos está hablando, pero, para ello, debemos entender el estudio de la palabra como algo sorprendente día a día, algo que debe convertirse en nuestro mejor aliado para saber cuál es el camino y las directrices que debemos seguir en nuestra vida; puesto que, tal como lo declara el salmista: “lampara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (crf. Sal. 119:105, RRV-60).
Es por todo lo anterior que es imperativo que como cristianos vivamos una educación continua, una educación inspirada en lo relatado en los Hechos de los Apóstoles donde dice: “y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo”. (crf. Hch. 5: 42). Lo que reafirma lo trascendental que es que nos alimentemos de la palabra, participando de las escuelas dominicales, de los estudios bíblicos, de las capacitaciones, que tengamos una disciplina devocional, para poder seguir creciendo personalmente, enriqueciéndonos de las maravillosas cosas que Dios quiere enseñarnos en su inmensidad y profundidad, y así poder aportar activamente en todas las áreas que abarca la obra de Dios.
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Bibliografía:
Biblia Revisión Reina Valera. Sociedad Biblicas Unidas, 1960.
Sicre, José Luis. «Historia del movimiento profetico.» En Introducción al Antiguo Testamento, de José Luis Sicre, 221 - 237. Estella (Navarra): Verbo Divino, 2000.
Stott, John. «Cap. 2 El problema del estancamiento.» En Los problemas del liderazgo cristiano, de John Stott, 19 - 31. Lima: Puma, 1995.
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